De los rostros que pintamos


Uno de los personajes o voces poéticas que cada tanto aparecen en mis poemas es el retratista. No tengo (por lo menos no hasta el día de hoy) la habilidad para dibujar o pintar el retrato de alguien. Sin embargo, desde un punto de vista, cuando escribo un poema donde describo a alguien, ya sea en términos más reales o más ideales, puedo decir que estoy haciendo un retrato, del mismo o de parecido modo (quiero pensar) a como lo han hecho los pintores de todas las épocas. 

Y a veces se parte de un rostro real para expresar cosas que van más allá de la realidad tangible, para expresar cosas del interior, de lo profundo, ya sean oscuras o trascendentes. Lo han hecho los artistas plásticos, como mencionaba, y luego los fotógrafos y los cineastas. En el pasado, el Greco pintó santos a partir de personas marginadas y despreciadas; en el presente, el rostro de alguien de carne y hueso se ha convertido, en una película, en una expresión del héroe, del arquetipo del héroe.

Por supuesto, a estas alturas de mi vida, luego de escribir un texto en el que "retrato" a alguien, trato de distinguir: trato de recordarme que la imagen que he trazado es metafórica, es decir que con unas palabras y una imagen concretas está tratando de decir algo más que esas palabras e imágenes en sí mismas. Es decir: a veces diré algo potencial o ideal a partir de alguien o de un rasgo de alguien; pero como autor, comprendo que me surge hacer eso para expresar algo por medio del lenguaje del arte, y que no debo creer que esa imagen es lo real; de lo contrario estaría idealizando, y sería como esos personajes de los mitos antiguos, las novelas y las películas que crean algo prodigioso y luego le rinden culto o se rinden a ello.

Con este preámbulo, hoy quisiera compartir un poema de ese personaje que a veces habla por mí. Creo que esta vez me deja en qué pensar por un buen rato.

Lector, lectora: ¿te han dibujado o pintado, incluso con los trazos simples de un boceto? O algo más al alcance de todos: ¿te han tomado una foto, en la que, por tu expresión, por la composición, por cualquier cosa, te reconoces y al mismo tiempo ves... algo más de ti, alqo más que tú mismo, algo que incluso no se sabe decir bien con palabras? Tal vez este poema te hable de esa experiencia.


De los rostros que pintamos


¿Por qué pintarte, una y otra vez,

vestida de blanco, en el nacimiento

de un día nuevo de un mundo nuevo,

entre la luz y el viento de una estrella?

 

¿Por qué insistir en esa imagen, si

vos misma me has dicho que te halaga

que te piense así, pero que no

sos así en realidad,

que esa no sos vos?

 

¿Qué hay del retratista en su retrato?

Y por supuesto: ¿qué hay del rostro y

del corazón y el alma de quien es retratado?

 

Al pintarte, lo admito, pinto un sueño,

pero no dudo de que a vos te pinto.

Y me hacés que reconozca cuánto,

al mismo tiempo,

a mí me estoy pintando.

 

Lo que vemos de alguien y el oro

que sentimos brillar bajo las piedras

del río que es alguien,

ambas cosas pintamos,

y mucho más si en una visión o un paisaje

que intuimos más allá del tiempo.

 

Traer a esta realidad esa imagen:

el brillo de los ojos, el semblante sereno,

la luz irradiando desde el ser;

cada trazo y tono y matiz de un color

con que busco decirte y nombrar

a esa vos que sabe que es el Universo.

 

Y al pintarte de ese modo, yo

también nombro y llamo y le tiendo mi mano

—tus palabras me abren la puerta

a que encuentre que eso estoy haciendo—

a ese yo que sabe

que es Cosmos. 


Febrero 2024


Fotografía: Marina Vitale, en Unsplash

https://unsplash.com/es/fotos/foto-de-primer-plano-de-la-persona-t809JJ6r9KA

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