Frente a dos pinturas del infierno

Hoy, en Cronopios Times, Sofía Penado hace una comparación entre Pedro Páramo y A puerta cerrada. Lo que ella sostiene es que ambas obras tratan sobre lo mismo: sobre el infierno. Retomo su enfoque de los personajes. Ella dice que, en ambos libros, los personajes no son "entes libres, capaces de elegir algo diferente para ellos mismos"; que viven en el infierno porque tienen puesta su felicidad en las acciones de los otros.
Estas maneras de entender la libertad y la felicidad, yo las comparto.  Me explico sobre cada una.
La concepción de la libertad que heredamos del Romanticismo es la de "hacer lo que uno quiera". Creo que ese concepto fue necesario durante los últimos siglos, pero también creo que, ahora, podemos llevar el juego a un nivel más avanzado, a un grado mayor de dificultad, y podemos, sin ningún problema, sin que nada se pierda, cambiar el criterio para decidir quién es libre. Y el nuevo criterio, el de esta época de posibilidades cada vez mayores en cada vez más campos, bien puede ser: ¿somos capaces, soy yo capaz, de elegir algo diferente de mi infelicidad? El criterio de libertad de nuestra época, entonces, bien puede ser: ser capaz de elegir de manera consciente lo que uno es. Hacer lo que uno quiera, considero, puede conducirnos, aunque sea de manera inconsciente, a ser, día tras día, infelices. Hacer lo que uno quiera me parece, esto sí, una actitud perfecta... como punto de partida. Pero si uno se queda parado siempre en la casilla 1, como que el juego no tiene mucho chiste, ¿no? ¿A qué horas voy a llegar a la isla del tesoro, a la olla de oro al otro lado del arcoiris, al cielo de la rayuela, si no me atravieso todo el tablero; si no empiezo por la casilla 2, y sigo con la 3, y la 4, y así?
Y, sobre la felicidad, lo pongo en términos de una tesis: todo lo que funciona en un aspecto de la vida funciona igual en los demás aspectos. Si, por ejemplo, quiero escribir un libro, y la única manera de que escriba un libro que me satisfaga y me guste por completo es escribirlo yo mismo, sin que nadie más le meta mano; de igual manera, la única manera de ser feliz, y cada uno deberá decidir lo que eso significa, tendría que ser ser feliz por mí mismo. Ser un sistema autosuficiente de producción continua de endorfinas, si lo decimos con hormonas, vaya. Pero, independientemente del lenguaje en que lo diga, el punto sigue siendo el mismo: si la tesis que planteo es cierta en el juego llamado arte, ¿será cierta en los demás juegos? ¿Cómo comprobarlo?
Sobre ambas cosas, lo único que puedo hacer es eso: averiguar. Hablar sobre ellas está bonito, está bien para empezar, pero solo con hablar, esto es obvio, no escribo un libro.
No tiene mucho chiste estar en la casilla 1, tal vez muy lleno de palabras concienzudas, pero con los dados no rodando por el tablero, sino siempre en mi mano. La pregunta, entonces, es: ¿me atrevo a jugar? La pregunta: ¿me aviento?

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