Eclipse


Voy manejando cuesta abajo por Santa Ana. (Santa Ana, de sur a norte, o sea viniendo desde la Carretera Panamericana, se puede recorrer caminando, corriendo, en bicicleta o manejando como un dejarse ir cuesta abajo). Hace sólo un rato ha comenzado el eclipse, así que todavía no se nota. Voy por las calles del centro, y veo a la gente bajo la luz del Sol, caminando y haciendo sus cosas como un sábado cualquiera. ¿Quiénes de ellos sabrán que hoy hay eclipse?

Pienso en lo poco que en nuestra sociedad actual sabemos y pensamos sobre el mundo y el universo que nos rodea. (Nada más la crisis climática, creo que ya es muestra suficiente de eso). Eclipses; solsticios y equinoccios, y sus correspondientes cambios, incluyendo las constelaciones de cada estación; temporadas en que se ven determinados planetas, conjunciones planetarias, lluvias de estrellas, cometas… A veces, tal vez por casualidad, nos damos cuenta; pero la mayor parte del tiempo podría ser que el universo no logre tocar nuestros ojos, nuestra curiosidad, nuestro asombro.

Hablando de los ojos, claro que hoy no hay que mirar directamente al Sol, ya que hacerlo puede producir daños irreversibles en la retina; puede quemarla. Y resulta que la retina no tiene sensores de dolor, por lo que la vista puede perderse progresivamente y sin mayor advertencia.

Pero pasando de la vista física a esa otra, de la que muy bien escribió Antoine de Saint-Exupéry: «Lo esencial es invisible a los ojos», mi impresión es que solemos vivir ajenos a los prodigios de la Naturaleza. Claro, en medio de las dificultades grandes y constantes de la vida actual, una mirada así se comprende. Pero pienso que si, aun en medio de eso, al ir por la calle y ver el amanecer o el ocaso sentimos algo, algo que no tiene palabras pero que es verdad porque lo sentimos entonces estamos viendo precisamente eso que es invisible a los ojos, eso que es esencial, eso que en el lenguaje del universo nos dice que somos parte de él.

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