Dos libros, tres maestros

 

En este Día Internacional del Libro, a partir de dos libros que encontré recientemente, quiero recordar a tres de mis maestros.

Hoy terminé de leer El aprendizaje del escritor, de Borges. Son las transcripciones de tres conversatorios que Borges y su traductor sostuvieron con estudiantes de programas de escritura y traducción de la Universidad de Columbia, de Nueva York, en 1971. Lo vi en una librería hace dos semanas, entré a hojearlo, y resulta que abrí el libro justo en un fragmento que había leído el día anterior en internet, sin sospechar siquiera que el libro existía... «Me lo llevo», dije. Y al leerlo, me encontré con un Borges que conocía muy poco, y con alguien a quien conocí un poco más: a Rafa Menjívar.

He dicho en otras ocasiones que, en los talleres de La Casa del Escritor, Rafa no enseñó directamente técnica, sino que, a través de lecturas de grandes maestros y del análisis de los textos de los participantes del taller, enseñaba a desarrollar la intuición, la intuición estética, la intuición poética; a reconocer la calidad, y a hablar sobre textos con criterios técnicos. Y también decía cosas que él consideraba básicas sobre qué es un escritor y de qué se trata el oficio de escribir. Pues bueno, con este libro de Borges, a quien Rafa admiraba, y a quien había leído mucho, volví a las lecciones del taller. 

Fuera porque Rafa lo leyó (en inglés, porque su publicación en español es reciente); o porque leyó otros textos en los que Borges hacía estas mismas o parecidas afirmaciones; o porque son los criterios que, en general, comparten y han expresado a lo largo de la historia muchos grandes escritores, sucede que palabras que escuché en el taller estaban en este libro, y me recordaron tantas cosas que para mí fueron ciertas esa época y lo siguen siendo, sin duda, ahora. Por ejemplo, aquí Borges dice:

«Yo creo que el deber de un escritor es ser un escritor, y si puede ser un buen escritor, está, entonces, cumpliendo con su deber».

«Lo que digo es que [al escribir], para romper las reglas, uno debe conocer las reglas antes».

«Pienso que la ficción está siempre comprometida con su tiempo. Nosotros no tenemos por qué preocuparnos por eso. Por el sólo hecho de ser contemporáneos, no podemos sino escribir en el estilo y el modo de nuestro tiempo».

Y esta otra, compartidísima con lo que Rafa pensó e hizo realidad:

«Pensemos aún en los anónimos poetas, aún anónimos escritores, a quienes debiéramos reunir y mantenerlos juntos».

Una lectura preciosa, que recomiendo mucho.

Y junto al libro de Borges, uno que me encontré hoy: Cuatro cuartetos, la obra cumbre de T. S. Eliot, en versión bilingüe y anotada, de Lumen. La traducción y edición es de Andreu Jaume, de quien estoy escuchando un podcast buenísimo, El romanticismo inglés, en Google Podcasts.

A mí en lo personal, Rafa me hizo tres grandes regalos: su amistad, ser mi maestro (y el una treintena de personas más) y presentarme a Borges y a Eliot. He elegido a Eliot como uno de mis maestros, y Cuatro cuartetos es uno de los grandes libros de la literatura contemporánea: una serie de poemas o un sólo poema largo que habla, para decirlo con dos palabras, de todo, o para dar una idea un poco más concreta: un libro de poemas que puede hacernos tan conscientes qué es el tiempo, que sus palabras e imágenes lo detienen y nos hacen encontrarnos de golpe en medio de... eso: la eternidad.

Como dice la Editorial Ojo de Cuervo en sus publicaciones de hoy, el libro es «uno de los objetos más hermosos de la invención humana». No dejemos pasar este día sin leer páginas de un libro.

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