Lecturas del 2020


Me he tardado en escribir este post, pero no quería dejar de hacerlo. Confío en que no es tan tarde. Siempre es un buen momento para leer y hablar de libros.

El año pasado siento que recuperé la lectura. No es que antes hubiera dejado de leer, sino que sentía que leía de modo muy disperso. El año pasado, al haberme quedado en mi casa, recuperé la sensación de continuidad al leer, la sensación de leer un libro como un viaje en el que se camina un poquito cada día. Estos son los libros con los que hice esos viajes.

Comencé el año con «Cómplices», de Benito Taibo. Se lo regalé a mi abuela en navidad en el 2019, y unos días después me dijo que ya lo había leído y que estaba divertidísimo; que me lo llevara, porque yo también tenía que leerlo. Tenía toda la razón; me divertí a mares. Copio aquí un pasaje que si bien no es hilarante, sí que habla de algo importante, importantísimo:

«El maestro Fernando tiene otro problema. Sigue al pie de la letra el programa de estudios de la Secretaría de Educación, y gracias a ello hemos tenido que leer cosas como la "Ilíada", la "Odisea" y el «Cantar de mío Cid". Y, la verdad, no hemos entendido nada de nada. Como si estuvieran escritos en otro idioma y no en español. O a ver si no tengo razón:

¿Venides, Alvar Fáñez? ¡Una osada lança!

Donde quiera os enviase siempre tengo gran esperanza.

Eso con esto sea juntado,

Os doy un quinto, si os parece, Minaya.

¡Qué tal! ¿O lo entendiste? De ser así, eres un genio, te felicito y con gusto te regalo el ejemplar del Cid que me obligaron a comprar. […] Creo que para leer este libro y otros como este, se necesita haber leído antes otros libros. Pero como la Secretaría dice que hay que leerlo, pues ni modo».

Apoyo totalmente a este estudiante. Para mí, la clave del asunto está en esta frase: «Creo que para leer este libro y otros como este, se necesita haber leído antes otros libros». Yo disfruto mucho la literatura clásica, y el «Cantar de mío Cid» o «Poema de mío Cid» me encantó, porque lo leí por mi voluntad, por curiosidad, y con los conocimientos necesarios para hacerlo. Sostengo que el bachillerato no es el momento de la vida para leerlo completo.

Luego, mi año dio un giro radical con «El camino del artista», de Julia Cameron. Este libro es un curso de doce semanas para descubrir o redescubrir la creatividad, y puede ser hecho por cualquier persona, no se necesita ser un artista para hacerlo. Como digo, ese libro me cambió el año, y es muy probable que la vida.

«Things fall apart», que en español se llama «Todo se desmorona», es el libro más célebre del nigeriano Chinua Achebe, y cuenta la historia de una época que conmueve los cimientos de una tribu nigeriana. Este es un libro con el que tengo una historia curiosa. Lo comencé a leer en español en el 2016 en una biblioteca de California; lo continué, también en español, hasta el año pasado, en la biblioteca de la UCA (justo lo estuve leyendo la tarde en que se decretó la cuarentena); y lo terminé en mi casa, en inglés, con un ejemplar que compré por un dólar en unos usados en Antiguo Cuscatlán. Un libro cuya belleza justificó un viaje de lectura tan singular.

Y hablando de viajes singulares, otro libro que me ha cambiado la vida es «Come, reza, ama», de Elizabeth Gilbert. Esto, sencillamente, hay que leerlo. Una y otra vez vuelvo a este pasaje: «El Bhagavad Gita —la base sánscrita fundamental del yoga— sostiene que vale más vivir tu propio destino imperfectamente que vivir a la perfección el destino de otra persona».

Desde hacía unos años tenía en mi librera «El evangelio según Jesucristo», de José Saramago. Me lo regaló un tío que es, muy justificadamente, fan de Saramago. Para Semana Santa me animé a leerlo, y encontré un libro be-llí-si-mo. Pensé: ¡Este hombre (Saramago) sí que supo lo que era el amor! Para muchos creyentes de las diversas denominaciones cristianas será un libro sacrílego; pero para un lector con la mente y el corazón abiertos podrá ser esto: uno de los libros más hermosos que se han escrito en esta época.

Y por supuesto que leí poesía. «Umbrales» y «Poemas en blanco y negro» me acompañaron en las colas del súper durante la cuarentena y (aunque más de alguien no me lo crea) también en las colas para esperar las tortillas. (¡Hemos vivido tiempos críticos!). «Umbrales», de Claribel Alegría, fue una relectura, y cuenta  el viaje de la vida que Claribel emprendió cuando asumió su vocación de ser escritora. Por otra parte, los «Poemas en blanco y negro», de Leonardo Nin, escritor dominicano, amigo, me hicieron darme cuenta de lo poco que sabemos de la literatura del Caribe, a pesar de que estamos tan cerca. Puse post-it amarillos en poemas a los que debo regresar. Un par de pasajes: «Si mi mano fuera de tinta / tatuaría mi historia en la pared del olvido»; «Soy energúmeno / consumidor empedernido de sandeces». Con ese último fragmento me reí un día entero. Me hizo pensar: «Gran descripción mía, con todas las cosas que me echo a la cabeza».

Además terminé, luego de casi 15 años de irlo leyendo, «Walt Whitman. The Complete Poems» (¡adoro a Whitman!), editado por Francis Murphy, y «Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana», una antología de Marcelino Menéndez y Pelayo, que llevaba varias décadas en mi casa y que leí apoyada por otras dos: «Poetas españoles del Siglo de Oro», compilada por Francesc Cardona, y «Poesía española. Siglos XV, XVI y XVII», de un misterioso Migal. El año pasado, me entró curiosidad por conocer más la poesía del Renacimiento, y puse ojos a la obra. 

También me acompañaron estos libros de poesía: la plaquette «Mi tierra es una lengua», de Belén Atienza, una muestra potente de la poesía española contemporánea; «El cielo en la ventana», de la salvadoreña Roxana Méndez, un libro a la vez sutil y poderoso sobre viajes, geográficos y existenciales; «Estrellas en el pozo», el primer poemario de Claudia Lars, al que volví después de haberlo leído en bachillerato, y en el que encontré —¡sí, allí estaba!— la misma magia de entonces; «No creo poder tocar el cielo con las manos», una nueva traducción de poemas de Safo, otra poeta a quien adoro, realizada por Pau Sabaté; y «Cartas cerradas», de Ernestina de Champourcin, poeta de la Generación del 27, que… ¡autografió el ejemplar que yo tengo! (En los libros usados uno puede encontrar tesoros).



Leí el ensayo «Felicidad tóxica. El lado oscuro del pensamiento positivo», de Rafael Pardo. Un análisis muy fundamentado de ese pensamiento ligero y falso que se nos quiere imponer a través de los medios y la publicidad.

Y leí un libro de cuentos, «Esto no es cuento», la segunda antología del Taller Palabra y Obra, que contiene cuentos que hablan sobre la discriminación y la violencia contra las mujeres. Muy buenos cuentos breves, que recomiendo mucho.

Y por último, otras novelas que me dieron, como se decía antes, ratos deliciosos: «La hierba de las noches», de Patrick Modiano, que es un detective del recuerdo y un arquitecto de la nostalgia; «La princesa de Clèves», de Madame de Lafayette, una novela del siglo XVII, de ritmo adictivo, y que es la primera novela psicológica; «Las intermitencias de la muerte», también de Saramago, bastante a propósito para pensarnos en medio de una pandemia; «La multitud errante», de la gran narradora colombiana Laura Restrepo, una novela ambientada en la guerra de Colombia y que habla, como el título lo deja entrever, del desplazamiento forzado; y «El jardín de la primavera», de Tomoka Shibasaki, una novela extraña y delicada, que nos lleva a abrir los ojos a los detalles de nuestro modo de vivir y de los lugares que habitamos.

He querido hablar de mis lecturas para compartir lo que he visto; creo que siempre es interesante poder ver la mesa de libros de otros: cómo pensamos, cómo sentimos, cómo vemos y cómo construimos el mundo. Muestro estas instantáneas de mi mundo.

Que el 2021 nos traiga cosas buenas: salud, bienestar, inspiración, buena compañía, incluida la de los libros.

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