Sobre los escritores jóvenes

Yo trabajo y me relaciono con gente joven que escribe, y soy de la idea de que, con cierta orientación, pero ante todo e indispensablemente, con disciplina en su trabajo, un escritor joven es capaz de escribir una obra tan buena como la de cualquier colega más experimentado en el oficio.

Gente como Arthur Rimbaud, que a los 19 años ya había escrito toda su obra, una obra que influyó con fuerza en la literatura del siglo XX, ha demostrado que eso sí es posible. Pero el aura de "genio nato" que se les da a escritores como él a veces hace parecer que la genialidad está negada por defecto de nacimiento a los autores "normales y mortales", al inmenso resto de los que desean o les sucede escribir.
Fotografía: René Figueroa

Sin embargo, a pesar de mitos como el del genio nato inalcanzable, varias veces he comprobado de primera mano lo que afirmo aquí: que el trabajo, la disciplina en la afición u en el oficio de escribir, es lo que determina, a la edad que sea, la calidad de lo que escribimos. Cito como un ejemplo El libro de las plegarias (Índole Editores, 2013), que Herberth Cea terminó a los 18 años, y que a mí me parece un poemario devastador sobre la guerra, la guerra en general, en cualquier escala que un conflicto pueda llamarse guerra; un gran libro de poemas sobre la anulación de la vida que supone una guerra.

Y otro de estos libros de una pluma joven que me asombra al recordarlo es la novela Memorias del silencio, de Marielos Monterrosa, que la autora terminó, según tengo entendido, también alrededor de los 18, como su proyecto de creación literaria en el antiguo programa de talentos en Letras de la Universidad José Matías Delgado. La novela está incluida en la antología Sextante (Universidad Doctor José Matías Delgado, 2014) y cuenta, desde el fluir de los pensamientos de las protagonistas, las vidas de una hija y una madre luego de la muerte del padre y esposo.

Recapitulo: creo que la literatura joven, la producción de quienes inician su camino en este arte, es un territorio de las letras que vale la pena tener en cuenta y visitar. Con el trabajo propio, con la disciplina necesaria para desarrollar el talento natural y las habilidades intelectuales que el escribir requiere, se pueden lograr textos de verdadera calidad literaria, que proporcionan un disfrute genuino, lo cual para mí es señal de que han sido logrados, de que se ha creado algo artístico.

En esos buenos textos de los jóvenes, así lo veo yo con frecuencia, uno podrá encontrar un sabor distintivo: el atrevimiento de quien confía en sí mismo; el atrevimiento de quien confía en que puede crear el mundo de nuevo. Y también podremos encontrar la alegría, el gozo de descubrir y provocar continuamente el asombro. Todos estos son signos y pruebas de nuestro inmenso potencial de humanos, destellos y resplandores que todo aquel que lee y todo aquel que escribe quisiera tocar siempre.

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