Sobre los escritores jóvenes
Yo trabajo y me relaciono con gente joven que escribe, y soy de la idea de que, con cierta orientación, pero ante todo e indispensablemente, con disciplina en su trabajo, un escritor joven es capaz de escribir una obra tan buena como la de cualquier colega más experimentado en el oficio.
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Fotografía: René Figueroa |
Sin embargo, a pesar de mitos como el del genio nato inalcanzable, varias veces he comprobado de primera mano lo que afirmo aquí: que el trabajo, la disciplina en la afición u en el oficio de escribir, es lo que determina, a la edad que sea, la calidad de lo que escribimos. Cito como un ejemplo El libro de las plegarias (Índole Editores, 2013), que Herberth Cea terminó a los 18 años, y que a mí me parece un poemario devastador sobre la guerra, la guerra en general, en cualquier escala que un conflicto pueda llamarse guerra; un gran libro de poemas sobre la anulación de la vida que supone una guerra.
Y otro de estos libros de una pluma joven que me asombra al recordarlo es la novela Memorias del silencio, de Marielos Monterrosa, que la autora terminó, según tengo entendido, también alrededor de los 18, como su proyecto de creación literaria en el antiguo programa de talentos en Letras de la Universidad José Matías Delgado. La novela está incluida en la antología Sextante (Universidad Doctor José Matías Delgado, 2014) y cuenta, desde el fluir de los pensamientos de las protagonistas, las vidas de una hija y una madre luego de la muerte del padre y esposo.

En esos buenos textos de los jóvenes, así lo veo yo con frecuencia, uno podrá encontrar un sabor distintivo: el atrevimiento de quien confía en sí mismo; el atrevimiento de quien confía en que puede crear el mundo de nuevo. Y también podremos encontrar la alegría, el gozo de descubrir y provocar continuamente el asombro. Todos estos son signos y pruebas de nuestro inmenso potencial de humanos, destellos y resplandores que todo aquel que lee y todo aquel que escribe quisiera tocar siempre.
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