El secreto es que no hay secreto

Una tarde de domingo hace unos siete u ocho años, íbamos caminando de vuelta para La Casa del Escritor Rafa y tres santanecos, yo incluido. Habíamos hecho la excursión para ir por Coca y pan dulce a la tienda de enfrente de la iglesia. Íbamos hablando sobre los trucos de los grandes escritores: cómo le hacían los grandotes grandotes para escribir esas cosas monstruosas y maravillosas que habían hecho. En eso Rafa dijo, ¿Quieren que les diga cuál es el gran secreto para escribir? Y por supuesto que quisimos. Y él dijo, El secreto es que no hay secreto.
Hace un rato estaba viendo Kung Fu Panda y me acordé de eso. Tai Lung abre el Rollo del Dragón esperando leer la inscripción que lo va a volver súper poderoso y se queda extrañadísimo de que no haya nada: está en blanco. Piensa que debe haber algún error. Y entonces Po le dice, Yo tampoco lo entendí a la primera, pero ese es el secreto, que solo eres tú.
Durante mucho, mucho tiempo busqué, incluso después de haber oído la frase de Rafa y de haber visto Kung Fu Panda, el secreto para hacer gran literatura. Y la cosa era tan fácil como eso: no hay nada escondido, no hay nada que hallar. Ninguno de los grandes tuvo, ni podía tener, una clave que yo tuviera que saber para hacer algo grande. Ninguno me podía dar esa clave, simplemente porque no la tenía. He disfrutado sus libros. Con ellos me he emocionado a mares. Con ellos, he recordado cosas muy importantes y muy sublimes; muy sagradas y de lo más mundanas; muy serias, muy técnicas y muy para matarse de la risa, si es que todas esas cosas no son en realidad lo mismo. La he pasado bien, increíble. Pero ninguno podía darme lo que andaba buscando. Lo digo con una sonrisa y con un libro mío entre las manos, un libro en cuyos poemas creo que he encontrado, después de haber olvidado por completo a todos esos admirados y queridos maestros, lo que tanto andaba buscando.
Y me doy cuenta de algo más cómico todavía: que nunca tuve la necesidad real de buscarlo. Sí necesitaba, si sentí en algún momento de mi vida la necesidad de aprender a escribir, pero la necesidad de hacer "algo grande"... eso fue invento mío, invento de esa parte de mí que juega a ser yo pero que no es yo, por nombrarla de algún modo, pero invento a fin de cuentas. Sé escribir, porque me sale y porque lo he aprendido, pero no necesito saber cómo escribir "algo grande". Así de sencillo: no necesito "saber" cómo hacerlo. Saber lo primero es un placer; y saber lo segundo, un gran, enorme, alivio. Un alivio tan grande como recordar esta otra cosa: que escribir solo sucede, como que me dé hambre, sed o sueño; como reírme o como llorar.
Sin duda, a veces me pasan las de Tai Lung; me pasan en la literatura y en un montón de cosas más. Uno puede ser cabeza dura.
Aquella tarde en íbamos por Coca y pan dulce, Rafa nos enseñó algo que no se puede, por suerte, entender con la cabeza. Rafa: te estoy muy agradecido por hablarme de muchas cosas que solo se pueden entender escribiendo, y también, y estas creo que son la mayoría, olvidándome del todo de escribir.

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