De los rostros que pintamos
Uno de los personajes o voces poéticas que cada tanto aparecen en mis poemas es el retratista. No tengo (por lo menos no hasta el día de hoy) la habilidad para dibujar o pintar el retrato de alguien. Sin embargo, desde un punto de vista, cuando escribo un poema donde describo a alguien, ya sea en términos más reales o más ideales, puedo decir que estoy haciendo un retrato, del mismo o de parecido modo (quiero pensar) a como lo han hecho los pintores de todas las épocas. Y a veces se parte de un rostro real para expresar cosas que van más allá de la realidad tangible, para expresar cosas del interior, de lo profundo, ya sean oscuras o trascendentes. Lo han hecho los artistas plásticos, como mencionaba, y luego los fotógrafos y los cineastas. En el pasado, el Greco pintó santos a partir de personas marginadas y despreciadas; en el presente, el rostro de alguien de carne y hueso se ha convertido, en una película, en una expresión del héroe, del arquetipo del héroe. Por supuesto, a estas