David Escobar Galindo: un clásico salvadoreño
Hoy es el cumpleaños 75 de David Escobar Galindo, uno de los grandes de la literatura salvadoreña. Recuerdo que en el colegio, cuando leí su biografía, vi el título de un libro suyo que me quedó resonando por años: Extraño mundo del amanecer. Varios años después lo encontré, y supe que fue el poemario con el que comenzó, en 1970, la Colección nuevapalabra, de la DPI. Y luego de leerlo, puedo decir que ese título podría ser también el de la poesía completa del autor, porque eso es su obra: es unos ojos para ver el mundo en los que siempre, a pesar de la oscuridad, hay esperanza; pero también hay extrañeza, hay todas las cosas y las palabras del mundo --que no siempre son "poétcias"--; y hay búsqueda de plenitud, de trascendencia. Palabras y búsquedas humanas.
Pienso que esta es una oportunidad excelente para releer, o conocer, a este clásico. Los clásicos son escritores que nos pueden hablar con gran profundidad de las cosas, y en este tiempo necesitamos mucho de palabras profundas.
Comparto aquí una ficha mínima que he hecho sobre este autor, y tres poemas de ese libro del que supe en mis años de colegio.
David Escobar Galindo
(Santa Ana, El Salvador, 1943). Es uno de los clásicos de la literatura
salvadoreña. De profesión abogado, formó parte de la Comisión Gubernamental de
Diálogo para el cese de la guerra en El Salvador. Es uno de los firmantes de
los Acuerdos de Paz (1992). Fue director de la revista Cultura y rector de la Universidad Doctor José Matías Delgado.
Escritor sumamente prolífico, su obra comprende más de 80 títulos en todos los
géneros, distinguiéndose como poeta, y ha publicado a diario durante décadas
textos literarios y de opinión en los principales periódicos del país. Compiló
el Índice antológico de la poesía
salvadoreña (1982), obra clave para el conocimiento de la poesía de El
Salvador. Por su obra ha recibido numerosos premios nacionales e
internacionales, y distinciones como la Encomienda de Alfonso X El Sabio
(España) la Orden de las Artes y las Letras, en el grado de Caballero (Francia)
y la Orden José Simeón Cañas, en el grado de Gran Cruz (El Salvador). Su obra
ha sido traducida a diversos idiomas.
Título de la selección de Extraño mundo del amanecer para Primera antología (Ediciones Rondas, Barcelona, 1977). En él se aparece la fecha de escritura del libro. |
Extraño mundo del amanecer
Yo me pregunto
si las palabras
—las solas palabras—
pueden
salvarnos de la soledad.
Alguien ríe a
mi lado con la risa del ciego.
Alguien vive.
Alguien canta.
Un murmullo de
sangre.
Un sonido en
mitad del mediodía.
Yo me pregunto
si hay algo más humano
que la
confianza de saberse humano.
Y en la roja
pantalla del tiempo van naciendo
pequeños
hongos,
manos
misteriosas,
como para
decir: —Señores, ha empezado
la función, no
abandonen
sus asientos.
Después de las
imágenes
quizá
despierten flores,
ojos llenos de
miel,
puentes hacia
los otros
semejantes.
Después de las
imágenes
quizá haya
sabor de
salvación
en nuestros
labios
al hablar por hablar,
con cualquiera
que pase,
con cualquiera
que exista.
Alguien ríe a
mi espalda con la risa del triste.
Usted es Dios,
¿verdad?
¡Qué tontería!
Tengo sangre y
hermanos.
Y nostalgia y
deseos.
Por eso me
pregunto
si hay algo más
intenso
que la alegría
de saberse humano,
pequeño,
visceral,
lleno de
lágrimas,
vecino de los
árboles,
habitante de un
sueño de sencillos papeles.
Y es que
también se duda.
¿Usted es Dios?
Quizá.
Tengo
conciencia.
Miedo. Furia.
Esplendor. Grandes espacios.
Y de repente,
música de estrellas.
¡Ah, si pudiera
oírse
lo que hay
detrás de cada semejante!
¡Si se pudiera
amar hasta la última fibra
de la agonía
ajena!
Qué milagro,
¿verdad?
Podría
contemplar estas nubes que mueren.
Podría recordar
estas aguas que corren.
Y no tendría
miedo.
Ni soledad.
Ni envidia
de la pasión
del tiempo.
De veras que es
preciso
reconquistar la
sed de plenitud.
Podemos
intentar las salidas más imples.
¿Por qué no?
Una sonrisa.
Un ademán.
Un beso.
¡Lo único
grande de lo que tenemos!
¡La vida en sus
más altos miradores!
Porque ya nadie
debe
conformarse con
ser
una sombra
caída entre las sombras.
Todo por el
amor de las luces que aún nos pertenecen.
¡Todo por el
amor!
Y venga lo que
venga.
Que ya así no
podrá venir la muerte.
El fruto
Donde hay un cuerpo
está el mundo,
el espacio sin fin.
Cada ser es un río de estrellas,
y cada voz el fruto
de la perennidad del universo.
Por eso estos adoradores de sus vísceras,
entusiastas del polvo,
guardianes de lo amargo que los muerde,
son el lastre del tiempo, la encarnación del celemín.
Por eso las más leve ráfaga de amor
—que es toda la verdad, todo lo humano—
nos salva de caer en el vacío.
Dedo en la llaga
Somos los
habitantes
de una profunda
y ciega necesidad de amor.
Hombres,
mujeres
—claves de
otros fuegos—,
seres
desconocidos,
moradores de
nubes
y tugurios,
poseedores de
anchos territorios,
desheredados
entre la neblina.
No tenemos
paisaje,
ni habitación,
ni reino.
Somos nosotros
mismos,
los de carne y
fulgor,
los lanzados al
tiempo,
los meteoros
del ansia
y de la suerte,
plenamente
desnudos
en la
revelación del mediodía.
Y no tenemos
pájaros,
ni muelles,
ni llanuras.
Ni granjas,
ni caminos,
ni riquezas,
ni espacios.
Aunque otra
cosa diga
la apariencia.
Y a pesar de
las claras
maravillas
científicas,
y el week-end en la luna.
Pero hay un
mundo nuestro:
el de la sed y
el hambre esperanza.
El de los ojos
que se reconocen
más allá de los
ojos.
El de los
labios que arden en los labios,
y los sueños
que vuelan
en busca de
otros sueños.
El hombre es
sólo el hombre.
Sólo yo.
Sólo tú.
Sólo nosotros.
Los que ponemos
luz en nuestra casa.
Los que sembramos
flores
al llegar el
invierno.
Los que construimos
almas
de un impulso.
Portadores del
rayo
milagroso.
Y es que
estamos aquí,
suspendidos en
medio
del radiante
universo,
para amar las
estrellas,
para cruzar los
velos
de un mañana
sin fin y sin descanso,
para participar
en la tarea mágica
que es nacer y
crecer
y volver al
silencio,
con los ojos
henchidos de visiones
y con el
corazón purificado.
Y es que
estamos aquí,
bajo la lluvia,
entre la grama
fresca del destino,
para ser, ante
todo, las raíces
perennes de la
vida.
Por eso nada es
grande,
nada es puro,
nada es
conciencia y sangre,
sin el
desgarramiento
de esta profunda y viva necesidad de amor.---
Fuentes de los poemas
"Extraño mundo del amanecer": Escobar Galindo, David. (Comp.). Primera antología. Barcelona, Ediciones Rondas, 1977.
"El fruto": Escobar Galindo, David. Extraño mundo del amanecer. (3a Ed.). San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 1991.
"Dedo en la llaga": Poumier, Maria. (Comp. y Trad.). David Escobar Galindo. Poemas escogidos/Poèmes choisis. Antiguo Cuscatlán, Editorial Delgado, 2003.
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